A todos, lectores y amigos de Conflictus Legum, mis mejores deseos para el año 2010
En estos días de descanso, y de mayor tiempo libre, os propongo empezar el año de una manera inmejorable, escuchando un fragmento de una obra maestra, como la octava sinfonía, en do menor, de Anton Bruckner (1824-1896).
La octava sinfonía del compositor de Ansfelden (Austria) representa la culminación de toda su obra y del sinfonismo de su época. Cuando se la conoce bien y se tiene por mano, lo que puede no resultar fácil, se da uno cuenta de que está ante una auténtica obra maestra. Me atrevería a decir que la ocho sinfonías --si contamos la "0" o "die Nullte" y dejamos de lado su "estudio sinfónico" o "sinfonía 00"-- que compuso antes de esta fueron una preparación (imprescindible) para llegar al magnífico resultado conseguido con la octava, y, también, la novena, que aunque inacabada, es una prueba de la maestría compositiva del autor conseguida a lo largo de toda su vida.
Posiblemente, debamos agradecer al carácter neurótico del autor el que hoy contemos con esta sinfonía tal como la conocemos en su versión definitiva. Su espíritu perfeccionista y su inseguridad vital le obligaron a revisar y rehacer sus sinfonías (excepto la 7ª) hasta el punto de que el gran problema de Bruckner es determinar con exactitud las versiones existentes de sus sinfonías. La octava, por ejemplo, consta de una primera versión, fruto del trabajo de tres años (1884-1887) y terminada en la abadía de San Florián, y de la versión definitiva que conocemos (1890), instigada por las críticas del director Hermann Levi a la primera versión. Las crítica demoledora de Levi tuvo como consecuencia encaminar a Bruckner hacia una deriva obsesiva de revisiones (a la vez que revisaba toda la octava, volvió a revisar las sinfonías tercera y primera). Gracias a esta obsesión tenemos hoy una obra maestra como la octava --hay que reconocer que la primera versión, aunque muy buena, es de calidad inferior--. Ahora bien, esta obsesión es la causa que no contemos con la novena sinfonía acabada, pues murió mientras componía su último movimiento, dejando el último movimiento abocetado --personalmente, no me parece que la novena necesite de un movimiento final, porque los tres movimientos existentes le dotan de una gran coherencia, tanto en lo musical como en el mensaje que quiso transmitir el autor--. De la versión de 1890 existen, como siempre, la versión de Robert Haas (1939) y la de Leopold Nowak (1955). Mientras la de Haas es una mezcla de las versiones de 1887 y de 1990, la de Nowak es algo más breve y se corresponde con la versión autentificada por Bruckner, dedicada al Emperador Francisco José I y estrenada el 18 de diciembre de 1892.
Como grandes hitos de esta sinfonía, y de forma muy resumida, destacaría la colocación del scherzo en el segundo movimiento y el adagio en tercera posición --hasta ese momento, Bruckner siempre había situado el adagio en segundo lugar y el scherzo en el tercero--, esquema que volvería a repetir en la novena sinfonía. Los efectivos orquestales son enormes y totalmente inusuales para la época --por primera, y única vez, incluye tres arpas--. El primer movimiento consta de tres temas --el primero, al inicio de la sinfonía, ya anuncia que lo que se va a escuchar es algo impresionante--, con un final en pianissimo que culmina el movimiento y que crea un efecto muy especial (en la versión original de 1887 el final era en fortissimo y con un resultado muy diferente). El scherzo, como siempre, es una auténtica locomotora de una gran intensidad y fuerza. El adagio (Feierlich langsam, doch nicht schleppend -lentamente solemne, aunque sin demorarse) es una auténtica obra maestra, que deja al oyente estupefacto. Cuando en las sinfonías anteriores lo normal era que el adagio tuviera un clímax, en la octava llega a tener hasta tres. El movimiento final (Feierlich, nicht schnell - solemne, sin precipitarse) es de una maestría deslumbrante. Desde los primeros compases (un fortíssimo en las trompas y trombones sobre un ritmo irregular de cabalgada) se puede apreciar que se está ante algo monumental. Pero es en la coda final --parte con la que se concluye-- donde Bruckner llega a conseguir los mayores resultados, justificando su aprendizaje y sabiduría adquirida en sus ocho sinfonías previas y a lo largo de años de composición. En la coda final --alrededor de tres minutos-- crea un entramado contrapuntístico en el que se van mezclando los temas principales de los cuatro movimientos de la sinfonía: el primer tema es interpretado por los violoncelos, contrabajos, fagots, trombones, tuba contrabajo y cuarta trompa; el tema del scherzo se deja a las flautas, a los clarinetes y a las trompetas; el del adagio suena en las dos trompas mientras el que tema del movimiento final se deja a la tercera trompa. De este modo, todos llegan al clímax final en el que cada uno interpreta su tema, sin que nadie se estorbe mientras se mantiene la melodía, consiguiendo un efecto impresionante. La sabiduría de los directores de orquesta está en conseguir el equilibrio que permita que ninguna parte tape a las demás y que se oigan todas a la vez, creando la melodía conjunta.
La octava sinfonía del compositor de Ansfelden (Austria) representa la culminación de toda su obra y del sinfonismo de su época. Cuando se la conoce bien y se tiene por mano, lo que puede no resultar fácil, se da uno cuenta de que está ante una auténtica obra maestra. Me atrevería a decir que la ocho sinfonías --si contamos la "0" o "die Nullte" y dejamos de lado su "estudio sinfónico" o "sinfonía 00"-- que compuso antes de esta fueron una preparación (imprescindible) para llegar al magnífico resultado conseguido con la octava, y, también, la novena, que aunque inacabada, es una prueba de la maestría compositiva del autor conseguida a lo largo de toda su vida.
Posiblemente, debamos agradecer al carácter neurótico del autor el que hoy contemos con esta sinfonía tal como la conocemos en su versión definitiva. Su espíritu perfeccionista y su inseguridad vital le obligaron a revisar y rehacer sus sinfonías (excepto la 7ª) hasta el punto de que el gran problema de Bruckner es determinar con exactitud las versiones existentes de sus sinfonías. La octava, por ejemplo, consta de una primera versión, fruto del trabajo de tres años (1884-1887) y terminada en la abadía de San Florián, y de la versión definitiva que conocemos (1890), instigada por las críticas del director Hermann Levi a la primera versión. Las crítica demoledora de Levi tuvo como consecuencia encaminar a Bruckner hacia una deriva obsesiva de revisiones (a la vez que revisaba toda la octava, volvió a revisar las sinfonías tercera y primera). Gracias a esta obsesión tenemos hoy una obra maestra como la octava --hay que reconocer que la primera versión, aunque muy buena, es de calidad inferior--. Ahora bien, esta obsesión es la causa que no contemos con la novena sinfonía acabada, pues murió mientras componía su último movimiento, dejando el último movimiento abocetado --personalmente, no me parece que la novena necesite de un movimiento final, porque los tres movimientos existentes le dotan de una gran coherencia, tanto en lo musical como en el mensaje que quiso transmitir el autor--. De la versión de 1890 existen, como siempre, la versión de Robert Haas (1939) y la de Leopold Nowak (1955). Mientras la de Haas es una mezcla de las versiones de 1887 y de 1990, la de Nowak es algo más breve y se corresponde con la versión autentificada por Bruckner, dedicada al Emperador Francisco José I y estrenada el 18 de diciembre de 1892.
Como grandes hitos de esta sinfonía, y de forma muy resumida, destacaría la colocación del scherzo en el segundo movimiento y el adagio en tercera posición --hasta ese momento, Bruckner siempre había situado el adagio en segundo lugar y el scherzo en el tercero--, esquema que volvería a repetir en la novena sinfonía. Los efectivos orquestales son enormes y totalmente inusuales para la época --por primera, y única vez, incluye tres arpas--. El primer movimiento consta de tres temas --el primero, al inicio de la sinfonía, ya anuncia que lo que se va a escuchar es algo impresionante--, con un final en pianissimo que culmina el movimiento y que crea un efecto muy especial (en la versión original de 1887 el final era en fortissimo y con un resultado muy diferente). El scherzo, como siempre, es una auténtica locomotora de una gran intensidad y fuerza. El adagio (Feierlich langsam, doch nicht schleppend -lentamente solemne, aunque sin demorarse) es una auténtica obra maestra, que deja al oyente estupefacto. Cuando en las sinfonías anteriores lo normal era que el adagio tuviera un clímax, en la octava llega a tener hasta tres. El movimiento final (Feierlich, nicht schnell - solemne, sin precipitarse) es de una maestría deslumbrante. Desde los primeros compases (un fortíssimo en las trompas y trombones sobre un ritmo irregular de cabalgada) se puede apreciar que se está ante algo monumental. Pero es en la coda final --parte con la que se concluye-- donde Bruckner llega a conseguir los mayores resultados, justificando su aprendizaje y sabiduría adquirida en sus ocho sinfonías previas y a lo largo de años de composición. En la coda final --alrededor de tres minutos-- crea un entramado contrapuntístico en el que se van mezclando los temas principales de los cuatro movimientos de la sinfonía: el primer tema es interpretado por los violoncelos, contrabajos, fagots, trombones, tuba contrabajo y cuarta trompa; el tema del scherzo se deja a las flautas, a los clarinetes y a las trompetas; el del adagio suena en las dos trompas mientras el que tema del movimiento final se deja a la tercera trompa. De este modo, todos llegan al clímax final en el que cada uno interpreta su tema, sin que nadie se estorbe mientras se mantiene la melodía, consiguiendo un efecto impresionante. La sabiduría de los directores de orquesta está en conseguir el equilibrio que permita que ninguna parte tape a las demás y que se oigan todas a la vez, creando la melodía conjunta.
Aquí os he dejado la parte final de la sinfonía, del 4º movimiento, desde un poco antes del inicio de la coda (la coda empieza en el minuto 3'20" y el clímax lo encontraréis en el minuto 4'59"). Esta versión es, en mi opinión, la mejor que se ha realizado de la obra. Se trata de una toma en directo realizada en junio de 1979 en el incomparable marco de la iglesia del Monasterio agustino de San Florián, lugar íntimamente ligado a la vida de Bruckner, en el que fue organista y en cuya cripta se halla enterrado. La interpretación es de la Filarmónica de Viena dirigida por Herbert von Karajan. Hay que decir que este director, además de haber sido un gran director bruckneriano, en esos años todavía no había caído en la delectación sonora y sin sustancia que caracterizó las interpretaciones de sus últimos años (falleció en julio de 1989). Durante mucho tiempo, esta versión fue muy difícil de conseguir, pues, aparte de haberse comercializado únicamente en vídeo, el director no autorizó su comercialización en otros formatos, debiéndose esperar hasta hace un par de años para que fuera traspasada a DVD, con una gran mejora en la imagen y en el sonido (en 1979 recién se iniciaba la era digital). Quien quiera escuchar toda la sinfonía completa puede hacerlo pulsando [aquí] (de los 26 vídeos que componen el lote, la sinfonía está en los 10 primeros, el resto es perfectamente prescindible).
Si os queréis hacer una idea algo más completa de la parte final de la sinfonía, a la vez que podéis comparar con lo que acabáis de escuchar, os dejo la versión que, con la Filarmónica de Viena, volvió a grabar von Karajan en noviembre de 1988 (es una de sus últimas grabaciones). Os dejo la parte final del 4º movimiento, a partir de la recapitulación. En mi opinión, y aún tratándose de una magnífica interpretación situada entre las mejores --en el top ten--, encontraréis los defectos del peor Karajan: gran efecto sonoro en detrimento de la "sustancia". Aún así, es una interpretación muy buena y vale la pena escucharla. Si os animáis, basta que pulséis [aquí].
Para que comparéis con esta última, os dejo una breve prueba de una reciente grabación de la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Christian Thielemann, que tiene una gran atractivo por su fuerza e impulso interior, aunque no está a la altura de las grandes interpretaciones de referencia (pero tampoco muy lejos) --con los años, creo que este director puede sorprendernos con una interpretación referencial--. La podéis comparar con la anterior, pues se inicia también con la recapitulación [aquí].
Finalmente, y ya fuera de toda comparación, os dejo una parte de la coda final de la versión dirigida por el gran director Sergiu Celibidache (1912-1996). El Bruckner de este director --Celibidache está considerado uno de los grandes en Bruckner-- es muy, muy especial, pues ralentizaba los tiempos hasta el máximo (la coda le dura casi el doble que a los otros directores). La ventaja de ello es que, en un director de su categoría (si se es un mediocre, acaba por cargarse la sinfonía), se oye todo y con una intensidad sobrecogedora. Las versiones de Celibidache son para oyentes expertos que conozcan las obras, jamás es una primera opción. Ahora bien, cuando conoces la obra, oír una interpretación de este director es una experiencia inolvidable. La versión que os dejo está interpretada por la Filarmónica de Múnich, la orquesta "de" Celibidache (fue su director titular a lo largo de 17 años y la modeló a su modo y manera), en una grabación realizada en el Suntory Hall de Tokyo, durante una gira de la orquesta por Japón (en este país adoraban a Celibidache). Os llamo la atención sobre el músico que toca los timbales, un espectáculo; si ponéis atención, podréis oír de fondo a Celibidache cantar: en el momento del clímax [minuto 0'44"] y a partir del minuto 1'25" se le oye a intervalos. El inconveniente de las grabaciones de Celibidache es la orquesta: la Filarmónica de Múnich no se puede comparar con la Filarmónica de Viena ni con la Filarmónica de Berlín, por citar las dos orquestas más afines con la obra bruckneriana y con un sonido poderoso y rotundo, como exige esta música (Celibidache no quería saber nada de estas dos orquestas por antiguas rencillas personales). Comparad si no en las grabaciones que os he dejado el sonido de cada una de estas tres orquestas. Bueno, si os animáis, basta que pulséis [aquí].
Espero que disfrutéis esta maravillosa música.
Si os queréis hacer una idea algo más completa de la parte final de la sinfonía, a la vez que podéis comparar con lo que acabáis de escuchar, os dejo la versión que, con la Filarmónica de Viena, volvió a grabar von Karajan en noviembre de 1988 (es una de sus últimas grabaciones). Os dejo la parte final del 4º movimiento, a partir de la recapitulación. En mi opinión, y aún tratándose de una magnífica interpretación situada entre las mejores --en el top ten--, encontraréis los defectos del peor Karajan: gran efecto sonoro en detrimento de la "sustancia". Aún así, es una interpretación muy buena y vale la pena escucharla. Si os animáis, basta que pulséis [aquí].
Para que comparéis con esta última, os dejo una breve prueba de una reciente grabación de la Filarmónica de Berlín bajo la dirección de Christian Thielemann, que tiene una gran atractivo por su fuerza e impulso interior, aunque no está a la altura de las grandes interpretaciones de referencia (pero tampoco muy lejos) --con los años, creo que este director puede sorprendernos con una interpretación referencial--. La podéis comparar con la anterior, pues se inicia también con la recapitulación [aquí].
Finalmente, y ya fuera de toda comparación, os dejo una parte de la coda final de la versión dirigida por el gran director Sergiu Celibidache (1912-1996). El Bruckner de este director --Celibidache está considerado uno de los grandes en Bruckner-- es muy, muy especial, pues ralentizaba los tiempos hasta el máximo (la coda le dura casi el doble que a los otros directores). La ventaja de ello es que, en un director de su categoría (si se es un mediocre, acaba por cargarse la sinfonía), se oye todo y con una intensidad sobrecogedora. Las versiones de Celibidache son para oyentes expertos que conozcan las obras, jamás es una primera opción. Ahora bien, cuando conoces la obra, oír una interpretación de este director es una experiencia inolvidable. La versión que os dejo está interpretada por la Filarmónica de Múnich, la orquesta "de" Celibidache (fue su director titular a lo largo de 17 años y la modeló a su modo y manera), en una grabación realizada en el Suntory Hall de Tokyo, durante una gira de la orquesta por Japón (en este país adoraban a Celibidache). Os llamo la atención sobre el músico que toca los timbales, un espectáculo; si ponéis atención, podréis oír de fondo a Celibidache cantar: en el momento del clímax [minuto 0'44"] y a partir del minuto 1'25" se le oye a intervalos. El inconveniente de las grabaciones de Celibidache es la orquesta: la Filarmónica de Múnich no se puede comparar con la Filarmónica de Viena ni con la Filarmónica de Berlín, por citar las dos orquestas más afines con la obra bruckneriana y con un sonido poderoso y rotundo, como exige esta música (Celibidache no quería saber nada de estas dos orquestas por antiguas rencillas personales). Comparad si no en las grabaciones que os he dejado el sonido de cada una de estas tres orquestas. Bueno, si os animáis, basta que pulséis [aquí].
Espero que disfrutéis esta maravillosa música.
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