Me pido la palabra:
"Curso nuevo, plan de estudios nuevo"
A lo largo de las últimas semanas, las universidades españolas hemos ido iniciando, cada una a su ritmo, el nuevo curso académico. Dejaré a un lado los sobresaltos que se han producido en los actos oficiales de inauguración de algunas universidades, hasta el punto de que, en algunos casos, a la institución universitaria se le ha hecho perder lo que durante siglos y desde su creación ha sido su esencia: un lugar de encuentro donde cualquier persona puede expresar libremente sus ideas y ser escuchado respetuosamente por otros que no opinan como él. Ahora me centraré exclusivamente en el inicio de la tarea más importante que tiene encomendada la institución universitaria: la del servicio público de la educación superior, es decir, su actividad docente.
Tengo la suerte de iniciar este curso la docencia en los estudios de Grado de Derecho de "mi" asignatura: el Derecho Internacional Privado. Parto con ventaja, pues el curso pasado ya impartí una asignatura básica de Grado (Nociones básicas de Derecho), lo que me sirvió para ir calibrando y afinando la metodología docente de los nuevos planes de estudio adaptados al EEES. Personalmente, quedé satisfecho con la docencia, en especial si la comparo con lo que me tocó vivir en su momento, el famoso plan de Derecho del 53, ahora tan admirado por algunos y que a mí siempre me pareció manifiestamente mejorable, pues en él se primaba el esfuerzo memorístico al margen de toda comprensión de los contenidos, relegando aspectos que me parecían (y me siguen pareciendo) esenciales: comprobar la incidencia práctica de lo que se memorizaba (no hay nada más frustante para un alumno que no ver la utilidad práctica de lo que estudia), elaborar y analizar documentos habituales en la práctica profesional, redactar escritos procesales cotidianos,... por no mentar el estudio de temas completamente alejados de la realidad, que o bien no se dan en la vida ordinaria o su incidencia es bajísima, por no decir nula. Es cierto que cualquier plan de estudios y metodología docente no es perfecta y tiene ventajas e inconvenientes pero, vista mi experiencia, considero superiores las ventajas en los nuevos estudios de Grado. Ahora bien, mi principal crítica a la "metodología Bolonia" es su excesiva burocracia y rigidez, derivadas posiblemente de la reticencias de los responsables del cambio hacia quienes deben llevarlo a la práctica.
Pasar de la metodología segura de lo actual, en la que llevamos cómodamente instalados muchos años, a la incertidumbre de lo nuevo no es fácil para nadie. Posiblemente por la clásica, y errónea, idea de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Un cambio docente como el que estamos viviendo en la universidad española estos años creo que es un revulsivo y, sobre todo, un gran acicate para la actividad docente de los profesores. El hartazgo que puede llegar a producir explicar por enésima vez un mismo tema (en ocasiones hasta tres o cuatro veces en un mismo curso), que, en algunos casos, se mantiene invariable desde hace años, puede llegar a ser un lastre demasiado pesado para un docente. Mientras tanto, los alumnos que asisten por primera vez a nuestras clases no tienen culpa alguna de que sea la quincuagésima o septuagésima vez (cincuentava o setentava vez, que diría alguno que estudió con el Plan del 53) en nuestra carrera docente que abordamos ese mismo tema, con el consiguiente hartazgo que ello nos puede provocar. Ellos han pagado una matrícula y tienen derecho a contar con toda nuestra atención y entusiasmo, como si fuéramos docentes noveles que abordamos por primera vez ese tema. Por ello, creo que los nuevos planes de Grado son un acicate para renovar nuestra metodología docente en pleno y para volvernos a ilusionar con nuestra labor docente.
La elaboración de la guía docente (el clásico programa) de la asignatura creo que exige que nos olvidemos de lo que hemos venido haciendo hasta ahora, que nos centremos en el tiempo de que disponemos (semestres y semanas por semestre) y determinemos con el mayor realismo posible las materias que somos capaces de abordar durante el período que tenemos asignado. En caso contrario, corremos un serio peligro de convertir nuestra asignatura en un auténtico galimatías para nuestros alumnos. Personalmente, me parece equivocada la actitud de mantener el mismo programa, aunque sea con ligeros retoques, que teníamos en los estudios de Licenciatura, especialmente si nuestra asignatura ha pasado de ser anual a tener carácter semestral. O también recurrir al socorrido truco de remitir al Manual todo lo que no pueda explicarse en clase (así se certifica nuestra impotencia para abordar los temas que hemos programado –¡menuda programación hemos hecho!–). O incluso mantener la misma metodología docente de los últimos, 10, 20 ó 30 años, basada fundamentalmente en la docencia del "busto parlante", en el que el profesor podría ser perfectamente sustituido por una grabación. Somos docentes profesionales con una venia docendi y años de experiencia, lo que nos permite ser capaces de seleccionar en nuestra asignatura los temas fundamentales, los más importantes, los ineludibles, los de obligado conocimiento para un Graduado en Derecho. Cuando elaboraba el nuevo temario de DIPr. para los estudios de Grado en ocasiones dudé de "mi" selección de temas. Entonces me justificaba pensando en la gran cantidad de temas y cuestiones que, a lo largo de los años, había ido dejando de explicar por el sencillo motivo de que ya no disponía de tiempo para hacerlo. No digo que la tarea de selección sea fácil pero como ya he dicho, a la postre, somos profesionales de la docencia, con años de experiencia y una venia docendi. ¿Quién más capacitado que nosotros puede hacerlo?
Creo que una de las grandes ventajas de los nuevos planes de estudios es que el esfuerzo académico se desplaza del profesor al alumno: es más importante que el alumno descubra los contenidos con su trabajo personal que no que se los demos masticados. De aquí que en el crédito ECTS la mayor parte del esfuerzo recaiga sobre el discente. Consecuencia de ello es la pérdida de protagonismo de las clases magistrales y la revalorización de las actividades prácticas y del trabajo personal. Creo que los profesores debemos asumir nuestro nuevo papel de "directores" de la formación de los alumnos. Nuestra labor consiste básicamente en preparar y programar las actividades, y hacerlo a un ritmo adecuado y asumible (nuestra asignatura no es la única), para que cuando los alumnos trabajen en ellas adquieran los conocimientos suficientes y unas competencias que les puedan resultar útiles en su vida profesional. Nosotros dirigimos la actividad y ellos la ejecutan, lo que tiene como resultado su formación.
Lo anterior me lleva a otra reflexión: las actividades deben ser útiles. Resumir una sentencia, sin más, puede ser útil para un alumno de primer curso pero me permito dudar que lo sea para uno de tercer o cuarto curso –he puesto este ejemplo porque en los estudios de Licenciatura existía una tendencia a identificar clases prácticas con leer sentencias–. A título de ejemplo, se me ocurren actividades más útiles: en línea con el ejemplo al que acabo de referirme, me parece más provechoso estudiar una línea jurisprudencial y su contraria para después entablar un debate con los alumnos sobre las pros y contras de cada una de ellas; o, incluso, fomentar el espíritu crítico frente a la jurisprudencia (uno de los lastres con los que me suelo topar en clase es el temor reverencial, que les hace ayunos de toda crítica, de los alumnos hacia las decisiones del Tribunal Supremo o del Tribunal Constitucional); redactar documentos jurídicos o escritos procesales; buscar información sobre un determinado tema; realizar un pequeño trabajo sobre un tema concreto y después exponerlo brevemente en clase; realizar informes de parte sobre un supuesto práctico; dividir los alumnos en dos o más grupos y hacerles defender posturas contrarias en un debate; trabajar en grupo (habilidad, junto con la oratoria, escasamente fomentada en las Facultades de Derecho a pesar de su utilidad en la práctica profesional); leer documentos o normas en otros idiomas; ... Estoy seguro que al lector también se le ocurren más actividades interesantes y formativas que la de leer y resumir una sentencia.
No voy a negar que los nuevos estudios de Grado exigen una mayor dedicación del profesor, y más en estos momentos de recortes económicos en los que se nos obliga a ajustar al máximo nuestra actividad docente a nuestra dedicación teórica. Reconozco que llegar a clase, sentarse en la mesa, explicar un tema durante 45 minutos y después largarse hasta la próxima clase, y al cabo de 5 u 8 meses poner un examen, implica menos trabajo para el profesor que preparar una práctica que sea útil (elegir el tema y presentarla adecuadamente), motivar a los alumnos para que la preparen, discutirla en clase y conseguir que sean ellos quienes lleguen a las conclusiones que nosotros conocemos de memoria. Si a ello añadimos la corrección de dos o tres ejercicios de evaluación por semestre, pues podemos concluir que cualquier tiempo pasado fue mejor... para nosotros los profesores (pero dudo mucho que para los alumnos).
Las asignaturas que impartimos en los estudios de Grado exigen una cuidadosa planificación de sus contenidos, de sus actividades, de los ejercicios de evaluación y, en definitiva, de la peridoficación del curso para que los alumnos saquen el máximo provecho. Ellos son los protagonistas de la docencia y no nosotros, que no necesitamos explicarnos a nosotros mismos la asignatura. La improvisación me parece mala consejera y puede llegar a ser la causa de que lleguemos al final del semestre y todavía nos falten la mitad de temas por trabajar, o de que nuestras clases sean una suerte de improvisación constante, donde los temas se tratan sin orden ni concierto y el alumno no sepa qué tiene que preparar para la clase, preguntándose con gran desconcierto al final del semestre de qué trata la asignatura que ha cursado y qué ha aprendido. Sir Thomas Beecham, conocido director inglés fallecido en 1961, contaba su experiencia en una velada en la que dirigió un concierto de Beethoven en el que el solista era el famoso pianista francés de origen suizo Alfred Cortot, conocido por sus famosos lapsus de memoria. Beecham narraba el concierto en los siguientes términos: "empezamos con Beethoven y luego Cortot pasó al concierto de Grieg, a continuación al de Schumann, recaló en Bach, saltó a Tchaikosvsky hasta llegar a un compositor que yo no conocía, momento en el que me detuve agotado." El problema es que nuestras clases no son un concierto, nosotros no somos músicos geniales, como Cortot, y nuestros alumnos no son directores que intentan seguirnos, como Beecham, aunque sí pueden acabar el curso agotados y desconcertados.
A pesar de todo, tengo el convencimiento de que éste será un curso académico muy interesante, en el que la docencia en los estudios del Grado de Derecho me va, nos va, a sacar de la rutina de otros años. El que nuestros alumnos se formen adecuadamente y acaben por no odiar nuestras respectivas asignaturas más de lo necesario depende en gran medida de nosotros, sus profesores. ¡Mucha suerte a todos y feliz curso!
Y este es mi parecer, que someto a cualquier otro mejor fundado.
Federico F. Garau Sobrino,
Catedrático de Derecho Internacional Privado
Universidad de las Islas Baleares
Y este es mi parecer, que someto a cualquier otro mejor fundado.
Federico F. Garau Sobrino,
Catedrático de Derecho Internacional Privado
Universidad de las Islas Baleares
Mucha suerte. Querido Federico, te falta un elemento: los alumnos. Su falta de voluntad de aprender críticamente, de indagar, de investigar son cósmicas. Este plan no está hecho para españoles.
ResponderEliminarInfundir esas inquietudes es cosa del profesor. Va en el salario. Lo fácil es ser un busto parlante que repite año tras año el mismo tostón y luego decir que uno no tiene más remedio porque la culpa es de los alumnos.
EliminarAmigos anónimos, lamento el retraso en contestar pero mis deberes docentes en el Grado me han tenido abducido ;-)
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con el segundo comentario. Creo que los profesores tenemos una responsabilidad que no sólo se limita a enseñar nuestra materia sino también a ilusionar a los alumnos en ella. O, como digo arriba, para que no la odien más de lo necesario. En mi experiencia personal (y en la de otros compañeros míos que actúan igual) he comprobado que cuanto más me esfuerzo para que los alumnos (o la mayor parte de ellos, pues la unanimidad es un hecho estadísticamente imposible) se sientan a gusto en las clases, aprovechan mejor las explicaciones, dedican más tiempo a las actividades que les pongo y, a la postre, obtienen mejores resultados (más aprobados y con mejores notas). No creo, como suelen decir algunos profesores, que esto es tratar a los alumnos como escolares preuniversitarios. Francamente, no veo la relación entre clases aburridas y adustas y "madurez universitaria".